RELATOS EN TIEMPO PRESENTE
«Relatos en Tiempo Presente» es un minúsculo
capítulo de las innumerables experiencias que hemos vivido.
Contiene tres narraciones que con realismo literario expresan anécdotas
de vida. A la vez es un
llamado a toda la militancia para que tengamos presente nuestra
memoria y una invitación a reconstruirla y difundirla.
Todo llega a su tiempo, claro si uno está preparado y sabe aprovechar
cuando es el momento y sobre todo si ha trabajado para que el
momento justo, sea. Sobre esto de los tiempos y las oportunidades,
hay una anécdota de nuestra militancia, que hoy vale la pena
recordar.
Llegando a la mitad de la década del 90, se orientó preparar
militantes para abrir trabajo regional. Varios equipos salieron a
explorar, a fortalecer acuerdos y a abrir trabajo en las regiones en
las que aparecieron oportunidades y en las que se consideró
importante sembrar nuestra semilla revolucionaria. A una de esas
regiones llegaron varios camaradas con la tarea de construir trabajo
en el campo y en la ciudad. Estando dedicados a la tarea y habiendo
avanzado ya un buen trecho, conocieron que en algún pueblito de la
región, la Liga M-L (una organización maoísta del 70) había
tenido presencia en las luchas de los campesinos, así que
entusiasmados hicieron preparativos para ir a conocer la zona y
establecer, qué tradiciones revolucionarias y hasta contactos
posibles habían quedado después de tanto tiempo.
Un fin de semana, una parte del organismo, que por entonces no era muy
numeroso, se trasladó a la zona a explorar y a buscar a uno de los
campesinos cercanos a la Liga M-L que al parecer todavía vivía en
la región. Como siempre, dejaron en la ciudad a otro camarada
responsable de las tareas, durante los días que demorara la
exploración.
Llegaron luego de varias horas de padecer una de esas carreteras del
olvido. El pueblo estaba en una bella región perdido entre valles y
montañas, cruzado por quebradas caudalosas, lleno de espesos
bosques de donde los campesinos sacaban madera para hacer sus casas
y fogones. Una vez en el pueblo localizaron la vereda en la que vivía
el campesino al que buscaban.
Al llegar a su casa, y una vez presentadas las referencias
correspondientes, fueron invitados a una deliciosa sopa de coles, el
manjar de los campesinos pobres, y luego a compartir la chicha, que
para los campesinos de esa región, era la puerta de entrada a la
confianza.
Entre sorbo y sorbo, entre ires y venires del presente al pasado, en el
patio que daba a una explanada se fue dando el ambiente para
preguntar por el trabajo de la Liga M-L y la situación actual. El
campesino, curtido por la experiencia como un zorro, se dio las mañas
para averiguar que estos muchachos citadinos eran politizados, es más,
¡hasta resultaron revolucionarios!. Así que les dijo, “un
momento, esperen aquí que ya vuelvo”. Al rato volvió con un
viejo baúl de madera y con hablar emocionado, “Yo sabía. Yo sabía
que nuestra Liga volvería. Miren, aquí está la tarea que me
encargaron el 27 de septiembre de 1978, mi última reunión. Aunque
está un poco averiada por la humedad, los años y los ratones, está
completica”. La tarea era nada más ni nada menos que el cuidado
del archivo de la organización que fue entregado por los responsables de esa época para que el campesino lo
guardara, antes de que la Liga M-L se autodisolviera. El campesino
continuó, “aunque ahora estoy más viejo y lleno de familia, pues
estoy dispuesto a trabajar en lo que ustedes digan, menos en
trasladarme para Antioquia, porque ahora tengo una deuda que se
demora en pagar y unos hijos que me toca sacar adelante”.
No voy a relatar que pasó después con este trabajo, esa podría ser
toda una crónica de nuestras experiencias en el trabajo campesino,
que algún día cualquiera de los camaradas responsables de entonces
podrá relatar mejor.
Los camaradas regresaron a la ciudad, contentísimos y con más de un
plan en la cabeza. Al llegar a la casa encontraron un mensaje
desesperado, del camarada encargado durante tres días. “Comuníquense
en este momento o desaparezcan. Si no tengo una cita hoy mismo,
vamos a tener problemas”.
Lo que había ocurrido es que se había presentado un pequeño problema
con una tarea y se necesitaba tomar una decisión, que viéndolo
bien, no era tan trascendental, gastarse una plata en buses y en
pintura, y por tanto descontarla de lo destinado a alimentación.
Era paradójico, comentaron los camaradas, “ayer nos encontramos con
un compañero que estaba esperando su cita después de 20 años,
para rendir el informe de su tarea. Y hoy, un camarada desesperado,
no puede esperar a su cita semanal y no puede tomar una decisión
para resolver una bobada”.
Lo que todavía me llama la atención de esta anécdota son las
mentalidades populares sobre lo temporal, ambas igualmente heroicas
y dispuestas al sacrifico, pero con ritmos distintos, en las masas
campesinas, un tiempo largo que avanza lentamente y se repite,
esperando pacientemente y con profunda convicción de masa campesina
que algún día todo cambie, y en los sectores medios urbanos el
deseo subjetivo de que la conciencia de los revolucionarios
dobleguen los tiempos, y que todo esté a la vuelta de la esquina,
incluso pasando por encima de la condición objetiva, llevada en
ocasiones hasta la exasperación. Lo interesante, más allá de los
desesperos y las paciencias, son esas dinámicas que cruzan las
vidas de nuestro pueblo, dinámicas que un partido comunista no se
inventa sino que debe aprender a conocer y a orientar, para no
quedarse en el tiempo cíclico de la larga duración ni en el del
invento subjetivo de la velocidad de la luz revolucionaria, sino en
el impulso exacto para estar en el momento preciso cuando este sea.
El Cueche
Recuerdo mi primera cita en la que me definí por la militancia maoísta.
Era en una cafetería del centro, por entonces no me imaginaba que
los maoístas utilizaran precisamente este lugar al que ya había
entrado en otras compañías. Esa tarde del encuentro sentía
nerviosismo, una mezcla de esperanza y temor. Antes de ingresar, un
mar de pensamientos y sentimientos se agitaron en mi cabeza. Se
acababan los años 80 y en ese diciembre, Estados Unidos estaba
invadiendo Panamá, yo me sentía entre furioso e impotente, la
arrogancia yanqui otra vez impune sobre América Latina, impulsaba
el deseo de luchar contra ese monstruo. Pero también, las dudas y
temores me estremecían y arreciaba el palpitar del corazón, ¿terminaría
mi libertad?, ¿estaría renunciando a ser yo mismo?, ¿hasta qué
punto cambiaría mi vida?. Afortunadamente en ese momento pudieron más
las ganas de vincularme a un proyecto revolucionario, que los hábitos
de seguir con mi vida de pensante crítico y actuante pasivo, así
que atravesé la puerta y fui a ubicarme en el lugar que se había
acordado previamente.
Después del primer encuentro y en la medida en que fui conociendo y
participando en las tareas y en las otras reuniones, que desde
entonces no han parado sino se han multiplicado geométricamente,
las dudas iniciales se fueron disipando y una seriede mutaciones
empezaron a cambiar mi existencia.
Pasé de escuchar y preguntar, a definir y proponer, sin duda fruto del
tiempo y el trabajo paciente de mis camaradas. Del temor que el
compromiso comunista vaciara mi alma y borrara mi memoria, como lo
advertían los teóricos de entonces, al acto de constituir una
nueva individualidad revolucionaria socializada y una colectividad
transformadora de revolucionarios concientes.
La geografía cotidiana es resignificada, las formas de habitar los
lugares cambian. Las estrechas paredes de mi cuarto y mis calles
bohemias se transforman en guarida de conspiradores y las paredes
urbanas son objeto de una mirada selectiva en búsqueda de una
pizarra adecuada para hablarle al pueblo, las esquinas se vuelven
trincheras para cuidar desde allí la espalda de los camaradas que
cumplen su tarea, mientras desafiamos a los gendarmes y al poder de
los dominantes. Los viejos olores que antes miraba con recelo son
desplazados por otros aromas, la pólvora y el ánfora ahora cobran
el sentido vivificante de la acción política.
Claro, otras dudas y temores, de otro calibre, siguen viniendo a mí,
pero esta vez ya no en el terreno de la definición como individuo,
sino en relación al desafío que la época nos tiende y la manera
de asumirlo y enfrentarlo.
No importa los dolores de cabeza, ni las otras enfermedades
profesionales del revolucionario, los pesares, las lágrimas, los
debates y llamados al orden, las canas, los días mal comidos, los
bolsillos muchas veces vacíos, los bolillos recibidos y las frías
celdas en que nos encierran, que esta lucha nos deja y que luego
rememoramos y olvidamos con la risa. Nada de eso importa. Si
volviera a nacer, volvería a buscar la militancia y compartir con
mis cómplices la dicha de ser comunista. Volvería a amar y a
desamar a quienes he amado. Volvería a recorrer los caminos y
trochas, pasaría los riachuelos y cascadas, que he pasado, dormiría
en las mismas chozas campesinas, velaría en las mismas calles
citadinas, estrecharía las manos, abrazaría los cuerpos, miraría
los ojos y los rostros que la militancia me ha brindado. Si volviera
a nacer, sin pensarlo dos veces, asumiría el pseudónimo como símbolo
del militante clandestino y sería nuevamente parte de ese
destacamento de mujeres y hombres conocidamente anónimos que llevan
la historia adelante, que me sigue formando y que yo, con otros
muchos, seguimos construyendo, a cada instante. Por nada cambiaría
la imborrable experiencia y adicción de ser militante Comunista.
El Cueche
(fragmento de la novela «El secreto del
Fantasma»)
Después de muchas menguantes y crecientes había llegado el inolvidable
día; nacimiento que desde ciudades y veredas se anhelaba y se
construía.
Victoria y los demás del comité de Sol Naciente viajaron en la chiva
durante varias horas rumbo al sitio acordado. La expectativa y la
emoción los embargaba.
Cualquier sacrificio para asistir a aquella trascendental cita era poco,
ante la importancia de lo que sucedería. Para poder viajar, unos
habían vendido tinto y refrescos, tejido sombreros, cargado caña y
otros habían conseguido prestado lo del pasaje, pero nadie faltó a
la inolvidable cita.
Al llegar al sitio acordado.
-
!Quiubo Victoria!, saludó emocionado alguien
que los esperaba. La alegría que sintió ella al verlo fue muy
grande, pues hacia muchos años que no se veían, tal vez desde que
ella regresó a su pueblo natal para cumplir las tareas
encomendadas.
-
¡Hola Edgar!, contestó ella abrazándolo
fuertemente, y después de un instante le informó, llegamos todos,
venga se los presento, terminó diciendo.
Ese día Victoria se encontró con muchos camaradas que no veía hacía
tiempo, se enteró que algunos de ellos se habían emparejado y
otros separado. Pero igual todos ahí firmes. La alegría de unos y
otros era inocultable.
Una vez en el sitio del evento.
Mao Tse Tung, inolvidable maestro dirigente de uno de los míticos
Fantasmas que movilizó millones y millones de pobres, estaba con su
fusil al hombro, instruyéndolos, quienes le seguían hacia la cima
de la montaña, huyendo de donde predominaba la oscuridad, buscando
la luz que él irradiaba. En términos generales así puede
describirse uno de los cuadros de pintura que decoran el recinto, el
que Victoria con sus ojos azabaches, brillantes de alegría, observa
minuciosamente explicándolo a los demás.
Mas tarde, el centro del recinto es surcado por filas de heroicos
militantes, quienes marchan cumpliendo las voces de mando de su
dirigente, quien luce una chaqueta gris aplomada, junto a él unos
lucen chaquetas del mismo color y detrás de ellos se encuentran
otros, con chaquetas de color un poco más claro, y más atrás de
todos imponentes observan aquel grandioso acontecimiento cinco
grandes maestros, estampados en un lienzo. En todos los asistentes
se agitan los corazones por aquel emocionante momento.
- Yo casi no le cogía el paso, dijo Roberto a Edwin, finalizado el acto
de apertura.
- Haga de cuenta que está batiendo barro pero haciendo más fuerza en
un sólo pie, le contestó Edwin burlonamente.
Unos instantes después todos los presentes corean, «Salvo el poder
todo es ilusión, asaltar los cielos con la fuerza del fusil....»,
mientras el dirigente iza imponente aquella bandera roja, signada
por una hoz y un martillo, la cual empezó a flamear, llenando de
brisa fresca todo el recinto; Todos los allí presentes juran
mantenerla izada.
- Qué se van a imaginar en la casa que estamos en estas, dijo Manuela a
Luisa, pues en la vereda habían dicho que venían a una convivencia
de cristianos.
- De todos modos pa’ disimular nos tocará llegar con las rodillas
pelaas, respondió ella frotándoselas con las manos.
Las manos de todos los presentes parecían jabones del sudor que
emanaban por lo que estaba sucediendo.
Posteriormente, el dirigente dio un paso hacia delante, extrajo algo de
su cabeza y algo de su pecho, lo que juntó creando un rico aroma
que esparció por el recinto, luego se acercó a Victoria estrechándole
su mano y mirándola fijamente, con la aroma la impregnó; lo mismo
hizo con Edwin, con Liliana, Roberto y así con los demás.
Entonces todos empezaron a escuchar un permanente eco que a diario
retumbaría en sus cabezas:
«Camaradas: El nacimiento de un Fantasma que dirija masas requiere de
condiciones especiales... su desarrollo depende de su capacidad de
trazar una correctalínea política e ideológica ante todas las
situaciones que genera la lucha de clases... La cohesión política
que a su vez genera cohesión orgánica es la clave para que perdure
en el tiempo.... Nosotros creíamos que el Fantasmadebería
ser perfecto, de pureza extrema, más inmaculado que las vírgenes
del cielo; y por supuesto sin repliegues, ni derrotas, sino sólo
victorias, pero la realidad no es así».
- Doy por iniciado
el nacimiento, dijo el dirigente igualmente emocionado, luego levantó
los brazos y gritó: ¡que se junten los Fantasmas que guían a
nuestro pueblo!
Luego cada uno de los presentes jura cumplir con su
papel y cumplir con honor los mandatos del recién nacido, jurando
luchar hasta el último aliento de su vida por los sueños del
pueblo.
- !Sí, juro!, Decía José con voz temblorosa de la
emoción.
- !Sí, juro!, Gritó con entusiasmo Nelly.
- No vaya a jurar en vano que dios la castiga, dijo
Miguel «tomándole el pelo» a Liliana.
- No Miguel, usted sabe como vivimos allá, esto es
pa’ cumplirlo, respondió ella con firmeza.
Los nuevos senderos fueron trazados a lo largo de
varios días, proyectando y cristalizando las iniciativas de
solnacentunos y sus camaradas. Una vez acordado el camino se
designaron a los dirigentes responsables de garantizar el
cumplimiento del sueño.
Durante varios años se había estado gestando este
nacimiento, que entre otros se alimentó con la lucha de los
habitantes de Sol Naciente, por eso el Fantasma se había encarnado
en rostros moldeados por el sufrimiento y la opresión que les
ocasionaba el viejo Parmenio.
- Esto era lo que yo soñaba, dijo Liliana a Enrique,
no sabe la emoción que siento cuando me dicen camarada.
-
Yo
también estoy contento, ahora si que nos espere el viejo Parmenio,
respondió él abrazándola como sellando un pacto.
Finalizado el evento.
-
¡Nos vemos camaradas!, gritaron
entusiasmados los solnacentunos subiéndose en la chiva de regreso.
Cada uno de los
asistentes en su sitio de trabajo hizo un cono con cartulina de mil
colores para usarlo como bocina anunciando el memorable nacimiento,
entonces el campo y la
ciudad empezó a contagiarse del rico aroma que brota del Fantasma.
El
duende
Liliana es la hija menor de Pedro, que en la actualidad tiene 17 años,
es de tez trigueña, de cabellos negros, un poco gordita y de mirada
inquieta. Fue a la escuela hasta segundo primaria, pues no pudo
continuar debido a la pobreza de su padre, antes le tocó salirse de
estudiar para ayudar con algo en la casa, por eso desde muy niña la
empleaban para que ayudara en los servicios domésticos.
Cuando Liliana se formó un poquito más y ya había pasado los 15 años,
decido irse para la ciudad a trabajar en una casa de familia, por lo
que le pagaban treinta mil pesos más la comida, al mes. Al cabo de
un año Liliana regresó a Sol Naciente, debido al accidente de
trabajo que había tenido su padre en el trapiche de don Parmenio,
cuando perdió la mano izquierda.
Liliana de los ahorritos que tenia trajo algunos remedios para su padre
y algunos regalos para sus hermanos, quedándole unos cincuenta mil
pesos libres.
Junto con Rosario y Virginia sus dos hermanas de 18 y 20 años
respectivamente, se dedicaron a trabajar cogiendo café o haciendo
sombreros para comprar la remeza de la casa. En el caso de Virginia
además tenia que responder por su hijo de dos años, ya que el
irresponsable padre se había ido y nunca se supo más de él.
Esta vez Liliana, preocupada por la situación tan crítica que ahora
tenían en el hogar, después del accidente de su padre, estaba
decidida a colocar algunos animalitos con los ahorritos que le habían
sobrado.
- Pongo unos pollitos, pensaba ella con sus ojos clavados en una nube
que hacia forma de ovejitas en el intenso azul del cielo. Luego
siguió pensando que hacer con las ganancias: llevo a papá al médico
y con lo que me sobre vuelvo y coloco pollos y si me alcanza mejor
compro una marranita de cría. De pronto Liliana salió corriendo
para donde su madrina Tulia.
- ¡Hola madrina!. Saludó Liliana abrazándola.
- Hola hijita como me le fue por allá, preguntó ansiosa su madrina.
- Bien madrina.
Mientras tanto Liliana se metió la mano al bolsillo y sacó un
paquetico y con una sonrisa de oreja a oreja dijo.
- Tenga madrina y perdone esa bobadita.
- Gracias mijita, ¿pa´qué se
molestó?. Respondió la madrina Tulia.
Liliana le había traído un estuche de agujas con unos carretos de
hilo.
- Madrina, continuó diciendo Liliana, vengo a contarle una idea que
tengo.
Liliana narró a su madrina los planes que tenia y a cada frase que decía
manoteaba golpeándose suavemente sus piernas, expresando el
entusiasmo que sentía con el proyecto de los pollos.
- Pero tengo un problema madrina, dijo Liliana suspirando y mirando a su
madrina, luego bajo la cabeza y se quedó pensativa.
- ¿Cuál mijita?, inquirió doña Tulia.
- Que los ahorritos que tengo no me alcanzan y después de una pausa
Liliana preguntó: ¿Usted puede ayúdame a conseguir otros
pesitos?.
- ¿Y cuanto le hace falta mijita?, preguntó su madrina.
- Por ahí unos cincuenta mil pesos, por unos dos mesesitos, si es el
caso yo le pago el rédito, contestó la ahijada.
- Jum, yo no tengo ni un peso mijita, contestó la madrina Tulia
meneando la cabeza de lado a lado y mordiéndose los labios y luego
continuó, pero no se desanime, venga mañana a ver que puedo hacer.
- Bueno madrina, en otro momento regreso, y me voy por que tengo que ir
a hacer el café, chao y gracias,
Liliana desapareció por el umbral de la puerta casi sin dejar rastro.
- ¡Que Dios la bendiga mijita!. Gritó su madrina sin obtener
respuesta.
Esa noche Liliana no durmió rezando y haciendo fuerza para que su
madrina le ayudara a conseguir el resto de plata para el proyecto.
Al otro día Liliana despertó con la buena noticia de que su madrina le
había conseguido lo que faltaba. En total Liliana había reunido
cien mil pesos con lo que compró 30 pollos y el alimento necesario
para criarlos.
- Alcánceme el machete Virginia, dijo Pedro su padre.
- Ya se lo paso espere acabo de cortar esta guadua, respondió ella.
Pedro, Virginia, Rosario y Liliana, se dedicaron a construir un rancho
de guadua con techo de hoja de plátano, para criar los pollos.
Liliana todos los días se levantaba temprano y cantando de alegría les
daba de comer a los pollos, y a hacerles aseo cambiándoles la
viruta; todo con la ilusión de que pronto crecerían y los vendería
a buen precio.
- Están bonitos, ¿cierto?. Preguntó Liliana a Rosario.
- Si hermanita están muy bonitos, respondió ella alzando uno.
- Así como van nos va ha alcanzar pa´llevar a papá al médico y pa poner otro lote de pollos, ¡ojalá
alcance pa´poner unos cincuenta esta vez!. Terminó
exclamando Liliana.
- Si ojalá alcance pa´ llevar a
papá al médico, pues está muy malito, dijo su hermana
contemplando un azulejo que revoleteaba sobre ellas.
Pedro aún no se aliviaba, mantenía con el brazo hinchado y la herida
no quería cicatrizar bien.
- Ya papá, ya está el baño de hierbamora, dijo Liliana a su padre.
- Ya voy Mijita, contestó él.
Mónica machacaba todos los días la hierbamora y la cocinaba en agua,
agregándole una pizca de sal, para hacerle baños a su padre.
- Este baño es muy bueno pa´secar y cicatrizar heridas, decía ella a Pedro mientras le alcanzaba la
totuma llena de ese baño.
Pedro, metió el brazo mocho en la totuma donde estaba el agua de
hierbamora y Liliana le masajeaba suavemente con paños del
mencionado remedio.
- Ya papá, dijo ella secándole el brazo con un trapo.
- Gracias mijita, parece que sí me están haciendo provecho los baños,
respondió él, mirándose su brazo enfermo.
- Sí, papá, dijo ella abrazándolo fuertemente y expresándole: yo a
usted lo quiero mucho.
Al cabo de 5 semanas ya estaban grandesitos los pollos, de pronto un día....,
- ¡Liliana!, ¡Liliana!, gritó Virginia.
- ¿Que pasó?, respondió Liliana preocupada, pues se imaginó que algo
grave sucedía y dejando una chancla en el camino, corrió hacia
donde estaba Virginia.
- ¡Mire!. Volvió y dijo Virginia, señalando dentro del rancho de los
pollos.
Y allá en un rincón del rancho, algo indescriptible yacía amontonado,
y de no ser por una pata que asomaba por un lado, hubiese demorado
su identificación.
- ¡Un pollo muerto!, Exclamó extrañada Liliana, poniéndose una mano
sobre la frente, ¿qué sería?, terminó diciendo.
- Aja, quien sabe que sería, respondió su hermana.
Liliana viajó urgente al pueblo, pues parecía peste, ya que había
varios pollos que les silbaba el pecho cuando respiraban.
- Hola don Miguel, saludó agitada Liliana.
Don Miguel era un técnico agrónomo que no logró emplearse, pues era
su ilusión, por tanto había colocado un modesto negocio de
veterinaria.
- Hola Liliana, ¿qué la trae por aquí?. Respondió el saludo don
Miguel.
Miguel conocía a Liliana, ya que ella había trabajado como empleada
del servicio doméstico en donde un pariente de él.
- A salúdalo y a que haga el favor de recomendame una droguita pa´mis pollitos, que están como achacosos y se la
pasan silbe y silbe cuando respiran, ¿qué me recomienda?. Terminó
diciendo Liliana.
- Le tengo el remedio preciso, contestó don Miguel.
Miguel se acercó al estantillo y le pasó a Liliana un frasco de
etiqueta verde.
- Deles esto, deles en el agua durante cuatro días, indicó Miguel.
- ¿Que vale estico1 ?. Preguntó Liliana.
- Catorce mil con el descuento ya incluido, respondió el almacenista.
- ¿Y no me pude vender medio frasco?. Preguntó ella expectante después
de sacar las cuentas cuanto tenia.
- No, no se puede, respondió él soltando una sonrisa.
- Es que solo tengo siete mil, ¿será que me espera por el resto?. Y
después de una pausa Liliana continuó, es por unos quince días,
es que si no se me mueren los pollitos, terminó explicando
angustiada.
- Si es fijo, sí Liliana, por que a fin de mes tengo que cancelar la
factura, respondió él.
- Es fijo don Miguel, ya casi están de vender los pollos y con uno solo
le pago, respondió ella sonriendo, cogiendo rápido el frasco y echándoselo
al bolsillo antes de que se arrepintiera el almacenista.
Al cabo de pocos días ya se habían mejorado los pollos, pero de los
treinta murieron 5.
- Me quedan 25, dijo Liliana a Virginia y luego prosiguió; ayúdeme a
hacer las cuentas pa ver en cuanto los venderé.
- ¿A como es la libra?. Preguntó Virginia colocándose el dedo índice
en la sien derecha.
- Allá donde yo trabajaba la libra la compraba la patrona a mil
setecientos, póngale que aquí la paguen a mil quinientos, respondió
Liliana.
- ¿Y los pollos cuantas libras tienen?. Preguntó Virginia, aún con el
dedo en la sien.
- En promedio de a cuatro libras, respondió Liliana.
Virginia había estudiado hasta tercero primaria, por eso sabia un
poquito más sacar las cuentas que Liliana, que tan solo fue dos años
a la escuela y además esta le tenia pereza a los números.
- A ver, dijo Virginia aún con el dedo en la sien, pero esta vez
despabilando rápidamente los ojos: así un pollo vale seis mil,
entonces 10 valen sesenta mil, entonces 20 valen ciento veinte mil y
5 mas que valen treinta mil, entonces en total son.... ciento veinte
mil más treinta mil, son ciento cincuenta mil, ¡ciento cincuenta
mil!. Repitió saltando de alegría.
- O sea, dijo Liliana frotándose las manos, que así sacó lo de la
inversión y me quedan cincuenta mil de ganancia, eso está bien, lástima
que se murieron los 5 pollos.
- Sí, está bien contestó Virginia, por ahí con treinta mil llevamos
a papá al médico y queda pa comprar otros pollitos más.
- Si, si, si es así, gritaba Liliana de alegría.
Al cabo de pocos días ya estaban los pollos de vender.
- Hola doña Lola, saludó Liliana.
- Hola niña Liliana, respondió ella. Y después preguntó, ¿Y eso está
trabajando otra vez por aquí?.
- No señora, le vengo es a ofrecer unos pollitos que ya están nada más
de comer, respondió mirándola con firmeza.
- Unju, dejó la cocina y se nos volvió ganadera, dijo doña Lola con
una sonrisa burlona de oreja a oreja.
Doña Lola es la dueña de
un restaurante mas o menos bueno en el pueblo de Santa Rosa.
- Claro mija yo se los compro, ¿cuantos son?. Preguntó.
- 25 doña Lola y están de a 4 libras cada uno, respondió Liliana
feliz.
- ¿Y cuanto valen?. Preguntó la dueña del restaurante.
- Todos, ciento cincuenta mil por ser a usted, respondió Mónica.
- ¿Y a como pide la libra?. Preguntó extrañada Lola.
- Baratica, a mil quinientos, respondió la negociante.
- ¿Cómo?. Exclamó escandalizada doña Lola, si yo le compro a los
carros de Zenú a 950 la libra y vienen ya arreglados. Después de
un momento prosiguió, si le sirve yo le pago al mismo precio.
- No, no puede ser doña Lola, a 950 es muy barata, contestó Liliana
angustiada pasándose la mano por la cabeza, y continuó diciendo,
así no hago nada.
- Es que la situación está muy jodida, aclaró doña Lola.
- ¿Y quien es ese señor Zenú?. Preguntó inquieta Liliana.
- Zenú no es ningún señor, respondió burlonamente doña Lola, Zenú
es una empresa grandotota que produce pollos y otras carnes.
- De razón dijo Liliana lanzando un suspiro y maldiciendo al tal Zenú,
luego continuó, de todos modos voy a ofrecerlos a otra parte y si
no ya regreso.
Liliana fue y los ofreció en otros restaurantes y le fue peor, incluso
le ofrecieron pagar a 850 la libra. Luego Liliana viajó
desconcertada para la casa.
- ¿Cómo le fue?. Preguntó Virginia.
- Regular, contestó Liliana tirando su cartera encima del catre y luego
de sentarse continuó, me pagan a 950 la libra, ayúdeme a sacar las
cuentas, dijo a su hermana.
- Listo, contentó Virginia llevándose de nuevo el dedo a la sien
derecha y después de despabilar dijo, pongámosle a mil pesos cada
libra y luego le resto los 50 pesos, entonces un pollo vale cuatro
mil, diez valen cuarenta mil, veinte pollos valen ochenta mil y
cinco más que valen veinte mil, entonces... ochenta mil más veinte
mil da... cien mil. Ahora restemos los 50 pesos, o sea que a cada
pollo le quito doscientos, o sea que a diez dos mil, a veinte cuatro
mil y a 5 mil más, entonces... cuatro mil y mil da cinco mil, ahora
si, cien mil menos cinco da... noventa y cinco mil, y quitándose el
dedo de la sien repitió, da en total noventa y cinco mil.
- No puede ser, exclamó Liliana y sintió que el mundo se le oscureció
y que la tierra se la tragaba. Y después de un largo suspiro exclamó.
- ¡Y pa´llevar a papá
al médico!
- ¡Y la plata de mi madrina!
- ¡Y pa´pagar la
droga!
- ¡Y mis ahorritos!
Y después de una pausa se preguntó
- ¿Y por que sucede esto?.
- ¿Y que pasó con mi trabajo?.
- ¿Y ahora papá tan enfermo que está que vamos a hacer?
Y la niña Liliana vio marchitarse su ilusión y lloró desconsolada, de
pronto respiró profundamente y con voz temblorosa gritó:
- ¡Maldito Zenú!.
El duende
Escribanos: pcc-m@iespana.es